La gloria de Dios

La gloria de Dios

Predicas Cristianas Prédica de Hoy: La gloria de Dios: Descubriendo Su amor y misericordia

© José R. Hernández, Pastor
El Nuevo Pacto, Hialeah, FL. (1999-2019)

Predicas Cristianas

Predicas Cristianas Lectura Bíblica: Lucas 7:36-48

Introducción

Hace un tiempo atrás un buen amigo mío, que sirvió de misionero, me conto una historia que me gustaría compartir con ustedes en el día de hoy.

En un pueblo que él visito había un hombre que era conocido por ser un trabajador incansable. Este hombre se levantaba antes del amanecer y trabajaba hasta bien entrada la noche, siempre esforzándose por hacer más, por ser más. Sin embargo, a pesar de su duro trabajo y su éxito aparente, siempre se sentía insatisfecho, siempre buscando algo más.

Un día, un anciano cristiano visitó el puebo. Al ver al hombre trabajando sin cesar, el anciano se le acercó y le preguntó por qué trabajaba tanto. El hombre respondió que estaba buscando la felicidad y la satisfacción, pero que no importaba cuánto trabajara, nunca parecía encontrarlas.

El anciano sonrió y le dijo al hombre: «Estás buscando en el lugar equivocado. La verdadera felicidad y satisfacción no se encuentran en el trabajo constante, sino en la gloria de Dios.»

En mi vida he conocido a muchos como el hombre en la historia, buenas personas, pero que han dedicado su vida a correr tras el dollar. Es por esta razón que en el día de hoy quiero hablarles sobre la gloria de Dios. Nuestro texto principal será Lucas 7:36-48, una historia que nos muestra dos formas muy diferentes de acercarse a Dios. A través de esta historia, aprenderemos cómo podemos alcanzar la gloria de Dios en nuestras propias vidas.

En este sermón, exploraremos tres puntos principales. Cada uno de estos puntos nos ayudará a entender mejor cómo podemos acercarnos a Dios y experimentar su gloria. Después de cada punto principal, discutiremos formas prácticas en las que podemos aplicar estas enseñanzas en nuestra vida diaria.

I. Reconociendo Nuestra Necesidad de Dios

El Hades

En los versículos que estamos estudiando hoy encontramos a dos personajes con actitudes muy diferentes hacia Jesús: un fariseo y una mujer conocida en su ciudad como pecadora.

El fariseo, a pesar de su conocimiento de la ley y su posición en la sociedad, no reconoce su necesidad de Jesús. Por otro lado, la mujer, consciente de su pecado, reconoce su necesidad de la misericordia de Jesús.

a. La Actitud del Fariseo

El fariseo invita a Jesús a su casa, pero no muestra signos de reconocer su necesidad de Jesús. A pesar de estar en la presencia de Jesús, el fariseo no busca Su misericordia ni Su amor. En lugar de eso, juzga a la mujer que ha venido a buscar la misericordia de Jesús. Esta actitud nos muestra que el conocimiento de la ley y la posición social no son suficientes para alcanzar la gloria de Dios.

Esta actitud del fariseo nos recuerda la parábola del fariseo y el publicano en Lucas 18:9-14. En esta parábola, el fariseo se enorgullece de su rectitud y desprecia al publicano, mientras que el publicano, consciente de su pecado, pide humildemente a Dios que tenga misericordia de él. Jesús concluye la parábola diciendo: «Os digo que este descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido.» (vers. 14).

La actitud del fariseo en nuestra historia y en la parábola nos muestra que el reconocimiento de nuestra necesidad de Dios es el primer paso para alcanzar la gloria de Dios. No importa cuánto sepamos sobre la ley o cuán altos seamos en la sociedad, si no reconocemos nuestra necesidad de la misericordia y el amor de Dios, no podemos alcanzar Su gloria.

En cambio, cuando nos humillamos y reconocemos nuestra necesidad de Dios, como hizo la mujer en nuestra historia y el publicano en la parábola, Dios nos recibe con amor y misericordia, y nos permite experimentar su gloria.

b. La Actitud de la Mujer

La mujer, por otro lado, muestra una actitud completamente diferente. A pesar de su reputación y su pasado, ella viene a Jesús en busca de misericordia. Ella reconoce su pecado y su necesidad de Jesús. A través de sus lágrimas y su acto de ungir los pies de Jesús, demuestra su arrepentimiento y su deseo de recibir la misericordia de Dios.

Esta actitud de la mujer nos recuerda a la mujer sorprendida en adulterio en Juan 8:1-11.

En esta historia, la mujer es llevada ante Jesús por los fariseos, quienes la acusan de adulterio y piden que sea apedreada. Sin embargo, Jesús, en lugar de condenarla, le dice: «El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella.» (vers. 7). Cuando los acusadores se van, Jesús le dice a la mujer: «Ni yo te condeno; vete, y no peques más.» (vers. 11).

Al igual que la mujer en nuestra historia, la mujer sorprendida en adulterio reconoce su pecado y su necesidad de misericordia. A pesar de su pasado y de la condena de la sociedad, ella busca a Jesús y recibe Su misericordia.

Estas historias nos muestran que, sin importar nuestro pasado o lo que otros puedan pensar de nosotros, siempre podemos acudir a Jesús en busca de misericordia. Cuando reconocemos nuestro pecado y buscamos a Jesús con un corazón arrepentido, podemos recibir su misericordia y experimentar su gloria.

c. Nuestra Actitud

Al igual que el fariseo y la mujer, nosotros también debemos examinar nuestras actitudes hacia Dios. ¿Somos como el fariseo, confiando en nuestras propias acciones y conocimientos, o somos como la mujer, reconociendo nuestra necesidad de la misericordia de Dios?

En 1 Juan 1:8-10, se nos recuerda: «Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está en nosotros.«

Estos versículos nos desafían a reconocer nuestra propia pecaminosidad y nuestra necesidad de la misericordia de Dios. Al igual que la mujer en nuestra historia, debemos venir a Jesús con un corazón arrepentido, reconociendo nuestros pecados y buscando Su misericordia. No podemos confiar en nuestras propias acciones o conocimientos para alcanzar la gloria de Dios. En cambio, debemos humillarnos ante Dios, reconociendo nuestra necesidad de Su misericordia.

Por otro lado, si somos como el fariseo, confiando en nuestras propias acciones y conocimientos, nos estamos engañando a nosotros mismos. Como dice el vers. 8, «Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.» No importa cuánto sepamos o cuánto hagamos, siempre necesitaremos la misericordia de Dios.

Por lo tanto, debemos examinar nuestras actitudes y preguntarnos: ¿Estamos buscando la misericordia de Dios con un corazón arrepentido, o estamos confiando en nuestras propias acciones y conocimientos? La respuesta a esta pregunta puede determinar si alcanzamos la gloria de Dios o no.

¿Cómo aplicamos todo esto a nuestra vida?

En nuestra vida diaria, podemos caer en la trampa de ser como el fariseo, confiando en nuestras propias acciones y conocimientos. Sin embargo, para experimentar la gloria de Dios, debemos reconocer nuestra necesidad de Él.

Esto significa admitir nuestros pecados, buscar su misericordia y abrir nuestros corazones a su amor. Cada día, debemos acercarnos a Dios con un corazón humilde y arrepentido, reconociendo nuestra necesidad de su misericordia y amor.

II. Experimentando el Amor y la Misericordia de Dios

En nuestra historia, la mujer experimenta el amor y la misericordia de Dios de una manera poderosa.

A pesar de su pasado, Jesús la recibe con amor y perdona sus pecados. Esta es una hermosa ilustración de cómo podemos experimentar el amor y la misericordia de Dios en nuestras vidas.

a. El Perdón de Jesús

Jesús no rechaza a la mujer por su pasado. En lugar de eso, Él la recibe con amor y perdona sus pecados. Jesús dice: «Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama.» (vers. 47). Este es un poderoso recordatorio de que no importa nuestro pasado, Dios está dispuesto a perdonarnos si venimos a Él con un corazón arrepentido.

Este mensaje de perdón y amor incondicional se refleja en Isaías 1:18, donde Dios dice: «Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana.«

Esta promesa de Dios nos asegura que no importa cuán grandes o numerosos sean nuestros pecados, si venimos a Él con un corazón arrepentido, Él está dispuesto a perdonarnos y a limpiarnos de toda maldad. No importa nuestro pasado, no importa cuánto hayamos pecado, Dios está dispuesto a perdonarnos y a recibirnos con amor.

Por lo tanto, al igual que la mujer en nuestra historia, debemos venir a Jesús con un corazón arrepentido, reconociendo nuestros pecados y buscando su misericordia. Cuando lo hacemos, podemos estar seguros de que Él nos recibirá con amor y nos perdonará, permitiéndonos experimentar su gloria.

b. El Amor de la Mujer

La mujer muestra su amor por Jesús a través de sus acciones. Ella llora, unge los pies de Jesús con perfume y los seca con su cabello. Estos actos de amor son una respuesta al amor y la misericordia que ha recibido de Jesús. Cuando experimentamos el amor y la misericordia de Dios, nuestra respuesta natural es amarlo a cambio.

Este principio se refleja en 1 Juan 4:19, que dice: «Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero.» Este versículo nos recuerda que nuestro amor por Dios es una respuesta a Su amor por nosotros. Dios nos amó primero, y cuando experimentamos ese amor, nuestra respuesta natural es amarlo a cambio.

Al igual que la mujer en nuestra historia, debemos responder al amor de Dios con acciones de amor. No es suficiente simplemente decir que amamos a Dios; debemos demostrarlo a través de nuestras acciones. Ya sea que estemos llorando a los pies de Jesús, como la mujer en nuestra historia, o que estemos sirviendo a los demás en Su nombre, nuestras acciones demuestran nuestro amor por Dios.

Por lo tanto, al igual que la mujer en nuestra historia, debemos permitir que el amor y la misericordia de Dios nos inspiren a amarlo a cambio. Cuando lo hacemos, no solo experimentamos la gloria de Dios, sino que también nos convertimos en un reflejo de esa gloria para los demás.

c. Nuestra Experiencia

Al igual que la mujer, nosotros también podemos experimentar el amor y la misericordia de Dios. Cuando venimos a Él con un corazón arrepentido, Él está dispuesto a perdonarnos y a recibirnos con amor. A medida que experimentamos su amor y misericordia, nuestro amor por Él crecerá.

Este mensaje de amor y perdón se refuerza en Romanos 5:8, que dice: «Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.» Este versículo nos recuerda que el amor de Dios no está condicionado por nuestra perfección o por nuestras buenas obras. Aunque somos pecadores, Dios nos amó tanto que envió a su Hijo a morir por nosotros.

Este amor incondicional de Dios nos invita a responder con amor. Al igual que la mujer en nuestra historia, a medida que experimentamos el amor y la misericordia de Dios, nuestro amor por Él crecerá. Nuestro amor por Dios no es algo que podamos generar por nosotros mismos; es una respuesta al amor inmenso y abrumador que Dios tiene por nosotros.

Por lo tanto, al igual que la mujer en nuestra historia, debemos permitir que el amor y la misericordia de Dios nos inspiren a amarlo a cambio. Cuando lo hacemos, no solo experimentamos la gloria de Dios, sino que también nos convertimos en un reflejo de esa gloria para los demás.

¿Cómo aplicamos todo esto a nuestra vida?

En nuestra vida diaria, podemos experimentar el amor y la misericordia de Dios al acercarnos a Él con un corazón arrepentido. Cuando reconocemos nuestros pecados y buscamos su perdón, Él está dispuesto a perdonarnos y a recibirnos con amor. A medida que experimentamos su amor y misericordia, debemos responder con amor, al igual que la mujer en nuestra historia. Esto puede tomar la forma de adoración, servicio y amor hacia los demás.

III. Vivir en la Gloria de Dios

Una vez que hemos reconocido nuestra necesidad de Dios y hemos experimentado su amor y misericordia, estamos listos para vivir en la gloria de Dios.

Vivir en la gloria de Dios significa vivir una vida que refleja su amor y misericordia a los demás.

a. La Transformación de la Mujer

Después de su encuentro con Jesús, la vida de la mujer cambia. Ella ha experimentado el amor y la misericordia de Dios, y esto la transforma. Aunque la Biblia no nos dice qué sucede después, podemos imaginar que ella vive el resto de su vida reflejando el amor y la misericordia que ha recibido de Dios.

Este cambio transformador es algo que todos los creyentes pueden experimentar. Como dice 2 Corintios 5:17: «De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.» Cuando venimos a Jesús con un corazón arrepentido y experimentamos Su amor y misericordia, nos convertimos en nuevas criaturas. Nuestro pasado ya no nos define; en cambio, somos definidos por el amor y la misericordia de Dios.

Este cambio no es solo algo que experimentamos internamente; también se refleja en nuestras acciones. Al igual que la mujer en nuestra historia, nuestro amor y gratitud hacia Dios se manifiestan en nuestras acciones. Ya sea que estemos sirviendo a los demás, compartiendo el evangelio o viviendo una vida de integridad, nuestras acciones reflejan el amor y la misericordia que hemos recibido de Dios.

Por lo tanto, al igual que la mujer en nuestra historia, debemos permitir que el amor y la misericordia de Dios nos transformen. Cuando lo hacemos, no solo experimentamos la gloria de Dios, sino que también nos convertimos en un reflejo de esa gloria para los demás.

b. Nuestra Transformación

Al igual que la mujer, nosotros también podemos ser transformados por el amor y la misericordia de Dios. Cuando experimentamos Su amor y misericordia, somos cambiados. Nuestra perspectiva cambia, nuestras actitudes cambian, y nuestras acciones cambian. Comenzamos a vivir una vida que refleja el amor y la misericordia de Dios.

Este cambio transformador se refleja en Efesios 4:22-24, que dice: «En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.» Este versículo nos recuerda que cuando venimos a Cristo, somos transformados. Nos despojamos de nuestra vieja naturaleza pecaminosa y nos revestimos de una nueva naturaleza, creada a imagen de Dios.

Este cambio no es solo algo que sucede en nuestro interior. También se refleja en nuestras acciones. Al igual que la mujer en nuestra historia, nuestras acciones pueden comenzar a reflejar el amor y la misericordia que hemos recibido de Dios. Ya sea que estemos sirviendo a los demás, compartiendo el evangelio, o simplemente viviendo una vida de integridad, nuestras acciones pueden ser un testimonio del amor y la misericordia de Dios.

Por lo tanto, al igual que la mujer en nuestra historia, debemos permitir que el amor y la misericordia de Dios nos transformen. Cuando lo hacemos, no solo experimentamos la gloria de Dios, sino que también nos convertimos en un reflejo de esa gloria para los demás.

c. Vivir en la Gloria de Dios

Vivir en la gloria de Dios significa vivir una vida que refleja Su amor y misericordia. Significa amar a los demás como Dios nos ha amado. Significa mostrar misericordia a los demás como Dios ha mostrado misericordia hacia nosotros. En otras palabras, vivir en la gloria de Dios significa vivir una vida que honra a Dios y refleja su carácter a los demás.

Este llamado a amar a los demás como Dios nos ha amado se refleja en Juan 13:34-35, que dice: «Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.» Este mandamiento de Jesús nos recuerda que nuestro amor por los demás no es opcional; es una respuesta natural al amor que hemos recibido de Dios.

Vivir en la gloria de Dios también significa mostrar misericordia a los demás. Al igual que Dios nos ha mostrado misericordia a través del perdón de nuestros pecados, también debemos ser misericordiosos con los demás. Esto no siempre es fácil, pero es una parte esencial de vivir una vida que refleja el carácter de Dios.

En resumen, vivir en la gloria de Dios significa vivir una vida de amor y misericordia. Significa permitir que el amor y la misericordia de Dios nos transformen y se reflejen en nuestras acciones. Al hacerlo, no solo honramos a Dios, sino que también nos convertimos en un reflejo de Su gloria para los demás.

¿Cómo aplicamos todo esto a nuestra vida?

En nuestra vida diaria, podemos vivir en la gloria de Dios al reflejar su amor y misericordia a los demás. Esto puede tomar muchas formas, como mostrar bondad a los demás, perdonar a aquellos que nos han hecho daño, y amar a los demás como Dios nos ha amado. Cada día, debemos esforzarnos por vivir una vida que refleje el amor y la misericordia de Dios.

Para concluir

Hoy hemos explorado la historia de una mujer que, a pesar de su pasado, fue capaz de experimentar el amor y la misericordia de Dios. A través de su historia, hemos aprendido lecciones valiosas sobre cómo podemos alcanzar la gloria de Dios en nuestras propias vidas.

Primero, debemos reconocer nuestra necesidad de Dios. Al igual que la mujer en nuestra historia, todos somos pecadores que necesitamos la misericordia de Dios. No importa cuán buenos pensemos que somos, todos necesitamos el perdón de Dios.

Segundo, debemos experimentar el amor y la misericordia de Dios. Dios está dispuesto a perdonarnos y a recibirnos con amor, sin importar nuestro pasado. Cuando venimos a Él con un corazón arrepentido, podemos experimentar Su amor y misericordia de una manera poderosa.

Finalmente, debemos vivir en la gloria de Dios. Una vez que hemos experimentado el amor y la misericordia de Dios, debemos vivir una vida que refleje Su amor y misericordia a los demás. Esto significa amar a los demás como Dios nos ha amado y mostrar misericordia a los demás como Dios ha mostrado misericordia hacia nosotros.

© José R. Hernández. Todos los derechos reservados.

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