El Poder y Peligro del ‘Amén’
Predicas Cristianas Prédica de Hoy: La Verdad de Amén
© José R. Hernández, Pastor
El Nuevo Pacto, Hialeah, FL. (1999-2019)
Predicas Cristianas
Predicas Cristianas Lectura Bíblica: 2 Corintios 1:20
Introducción:
Hoy deseo hablarles de una palabra que resuena en los corazones y mentes de todos los creyentes: «Amén.» Esta palabra, tan común en nuestras oraciones y celebraciones, lleva consigo un significado profundo y una responsabilidad que no debemos tomar a la ligera.
Cuando decimos «Amén,» ¿realmente comprendemos lo que estamos afirmando? ¿Somos conscientes de la verdad y el compromiso que esta palabra representa? En una época en la que las palabras a menudo se dicen sin pensar, es vital que nos detengamos a considerar lo que realmente significa esta palabra y las consecuencias de pronunciarla sin conocimiento o confirmación de la verdad.
La Biblia nos enseña en 2 Corintios 1:20 que «Porque todas las promesas de Dios son en él Sí, y en él Amén, por medio de nosotros, para la gloria de Dios.» Esta poderosa afirmación nos llama a reflexionar sobre la seriedad y la sinceridad con la que debemos acercarnos a esta palabra. Así que, con corazones abiertos y mentes dispuestas, exploremos juntos el significado y las consecuencias de la palabra «Amén.»
I. La Verdad Detrás del «Amén»
La palabra «Amén» no es simplemente una conclusión o una respuesta automática. Es una afirmación de la verdad, una confirmación de nuestra fe en Dios y en Su palabra. En otras palabras, cuando pronunciamos esta palabra estamos diciendo «así sea» o «que así sea.» Estamos aceptando como verdadero lo que se ha dicho y poniendo nuestra fe en ello.
a. La Afirmación de la Verdad
Esta palabra es una afirmación de que lo que se ha dicho es verdadero y confiable. Esta palabra tiene un peso profundo en nuestra fe y en nuestra relación con Dios. No es una palabra que deba ser pronunciada a la ligera o sin reflexión. ¿Por qué?
Porque cuando decimos «Amén,» estamos poniendo nuestra fe en las promesas de Dios y confirmando que creemos en Su palabra. Como dice en 2 Corintios 1:20, todas las promesas de Dios son afirmadas en Cristo, y en Él decimos «Amén.» Esto significa que nuestra fe no está en las palabras de los hombres, sino en la palabra eterna y verdadera de Dios.
La Biblia nos enseña que nuestras palabras tienen poder y significado. En Mateo 12:36, Jesús nos advierte que daremos cuenta de cada palabra ociosa en el día del juicio. Esto incluye nuestro «Amén.» Esta no es una palabra para ser pronunciada sin pensar o sin entender su significado.
En Apocalipsis 3:14, Jesús es referido como «el Amén, el testigo fiel y verdadero.» Esto nos muestra que esta palabra no es solo una respuesta a una oración, sino una afirmación de la persona y el carácter de Cristo.
En Deuteronomio 27, los israelitas pronuncian esta palabra después de cada maldición y bendición, mostrando su acuerdo y compromiso con la palabra de Dios. Esto nos enseña que el «Amén» es una respuesta seria y considerada a la verdad de Dios.
En resumen, esta palabra es más que una simple conclusión de una oración. Es una afirmación de nuestra fe en Dios y en Su palabra. Es una respuesta seria y considerada a la verdad de Dios. Debemos pronunciarlo con entendimiento, con fe y con un corazón sincero, reconociendo que estamos poniendo nuestra confianza en la palabra eterna y verdadera de Dios.
b. Un Compromiso Personal
Decir «Amén» es también un compromiso personal con lo que se ha dicho. No es simplemente una respuesta pasiva, sino una promesa activa de que creemos en la palabra de Dios y que viviremos de acuerdo con ella. Es como firmar un contrato con Dios, donde aceptamos Su verdad y nos comprometemos a vivir según Sus enseñanzas. No es una palabra que deba ser pronunciada sin pensar, sino con plena conciencia de lo que significa.
Este compromiso se refleja en varios pasajes de la Biblia. En Josué 24:24, el pueblo de Israel dijo: «¡Amén! ¡Así lo haremos!» en respuesta al compromiso de servir solo al Señor. Esta respuesta no fue solo un acuerdo verbal, sino un pacto para vivir según la voluntad de Dios.
En 1 Reyes 1:36, los líderes de Israel respondieron con esta palabra a la proclamación del rey David, mostrando su compromiso con la decisión real y la voluntad de Dios.
En Jeremías 11:5, Dios establece un pacto con Su pueblo, y ellos responden con esta palabra aceptando las condiciones y comprometiéndose a obedecer.
Esta palabra también es una respuesta a la bendición y la alabanza. En 1 Crónicas 16:36, después de una canción de alabanza, todo el pueblo dijo «Amén» y alabó al Señor, mostrando su compromiso con la adoración y la gratitud a Dios.
En el Nuevo Testamento, en 1 Corintios 14:16, Pablo habla de cómo la congregación debe decir esta palabra a la bendición en la iglesia, mostrando su acuerdo y participación en la oración.
Así que esta no es una palabra vacía o una respuesta automática. Es una afirmación de fe, un compromiso con la verdad de Dios, y una promesa de vivir según Sus enseñanzas. Es una palabra que requiere reflexión y entendimiento, y que debe ser pronunciada con un corazón sincero y una fe genuina. Es un eco de nuestro corazón que responde a Dios, aceptando Su verdad y comprometiéndonos a caminar en Sus caminos.
c. La Responsabilidad de la Verdad
Con la afirmación de «Amén,» viene una gran responsabilidad. No podemos simplemente decir esta palabra sin entender lo que significa o sin confirmar que lo que hemos escuchado es la verdad. Debemos ser como los bereanos, quienes <escucharon con alegría, pero probaron de que todo lo que se les decía era verdad con la palabra de Dios> (Hechos 17:11). Debemos buscar la verdad en la palabra de Dios y asegurarnos de que lo que estamos afirmando con nuestro «Amén» es bíblicamente sólido.
Esta responsabilidad se refleja en la enseñanza de Jesús en Mateo 5:37, donde Él dice: «Pero sea vuestro hablar: Sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede.» Nuestras palabras deben ser verdaderas y reflejar nuestra integridad.
En Apocalipsis 3:14, Jesús es llamado «el Amén, el testigo fiel y verdadero,» mostrando que la palabra «Amén» está asociada con la verdad y la fidelidad.
En 2 Timoteo 2:15, Pablo insta a Timoteo a <trabajar con diligencia>. Esto nos recuerda que debemos manejar la palabra de Dios con cuidado y asegurarnos de que lo que afirmamos es verdadero.
La responsabilidad de decir esta palabra también se encuentra en Deuteronomio 27:26, donde se pronuncia una maldición sobre aquellos que no confirman las palabras de la ley con esta palabra sincera y verdadera.
Así que esta pequeña palabrita no es una palabra que deba ser pronunciada a la ligera. Es una afirmación de la verdad, y debemos asegurarnos de que lo que estamos afirmando es bíblicamente sólido. Como les dije, debemos ser como los bereanos, buscando en las Escrituras y confirmando la verdad antes de decir «Amén.» Como les he venido diciendo, esta es una palabra que conlleva una gran responsabilidad y debe ser pronunciada con cuidado, comprensión y sinceridad. Esto no es solo una respuesta automática, sino una afirmación de nuestra fe en la eterna y verdadera palabra de Dios.
Así que, la próxima vez que digamos «Amén,» detengámonos a considerar lo que realmente significa. No permitamos que se convierta en una respuesta automática sin significado. Recordemos que es una afirmación de la verdad y un compromiso con Dios. Pidamos sabiduría y discernimiento para entender la palabra de Dios y vivir según ella. Que nuestro «Amén» sea siempre una declaración sincera y reflexiva de nuestra fe en Él.
II. El «Amén» en Nuestra Vida Diaria
El «Amén» no es solo una palabra que decimos en la iglesia; es una actitud que llevamos en nuestro corazón. Es una forma de vivir, una forma de caminar con Dios en nuestra vida diaria. Veamos cómo esto se refleja en nuestras acciones y pensamientos.
a. El «Amén» en Nuestras Oraciones
Cuando oramos y decimos esta palabra, estamos sellando nuestra oración con una afirmación de fe. Estamos diciendo a Dios: «Creo en Ti, confío en Ti, y sé que Tú escuchas mi oración.» No es solo una palabra al final de una oración, es un compromiso con Dios que llevamos en nuestro corazón. Como dice Santiago 1:6, debemos pedir en fe, «sin dudar.» Nuestro «Amén» es una expresión de esa fe inquebrantable.
Esta fe inquebrantable se refleja en Hebreos 11:1, donde se nos dice que «la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.» Cuando decimos esta palabra estamos expresando nuestra certeza en las promesas de Dios, aunque no las veamos con nuestros ojos físicos.
En 1 Juan 5:14, se nos asegura que «si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, Él nos oye.» Nuestro «Amén» es una afirmación de que creemos que Dios nos oye y responderá conforme a su voluntad.
En Mateo 21:22, Jesús nos enseña que «todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis.» Nuestro «Amén» es una expresión de esa creencia y confianza en que Dios responderá nuestras oraciones.
En Romanos 10:10, se nos dice que «con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.» Nuestro «Amén» es una confesión de nuestra fe, no solo con nuestros labios, sino también con nuestro corazón.
En resumen, esta palabra en nuestras oraciones no es una mera formalidad o una palabra vacía. Es una expresión poderosa de nuestra fe y confianza en Dios. Es una afirmación de que creemos en Sus promesas y confiamos en Su amor y fidelidad. Es un compromiso que llevamos en nuestro corazón, una promesa de que viviremos en fe y caminaremos en obediencia a Su palabra. Es una palabra que refleja nuestra relación íntima con Dios y nuestra dependencia total en Él. No es algo que deba ser pronunciado sin pensar, sino con una fe profunda y una confianza inquebrantable en nuestro Señor y Salvador.
b. El «Amén» en Nuestras Relaciones
El «Amén» también se refleja en cómo tratamos a los demás. Cuando vivimos en amor y respeto, estamos diciendo «Amén» a los mandamientos de Dios. Estamos afirmando que creemos en Su enseñanza de amar al prójimo como a nosotros mismos. Nuestro trato hacia los demás es un «Amén» viviente a la palabra de Dios.
Esta verdad se encuentra en Mateo 22:39, donde Jesús nos enseña que debemos «amar al prójimo como a nosotros mismos.» Cuando mostramos amor y compasión hacia los demás, estamos diciendo «Amén» a este mandamiento.
En 1 Juan 4:7-8, se nos dice que «el que ama es nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no ha conocido a Dios; porque Dios es amor.» Nuestro amor hacia los demás es una afirmación de que conocemos a Dios y hemos sido transformados por Su amor.
En Gálatas 5:14, el apóstol Pablo nos recuerda que «toda la ley se cumple en una sola palabra: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» Nuestro amor hacia los demás es un «Amén» viviente a toda la ley de Dios.
En Santiago 2:8, se nos insta a cumplir «la ley real según la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» Nuestro trato amoroso hacia los demás es una afirmación de que estamos cumpliendo esta ley real.
En Efesios 4:32, se nos exhorta a «ser amables unos con otros, misericordiosos, perdonándonos unos a otros, así como Dios también os perdonó en Cristo.» Nuestro perdón y misericordia hacia los demás son una expresión de nuestro «Amén» a la gracia y el perdón de Dios.
Así que nuestro «Amén» no es solo una palabra que decimos con nuestros labios, sino una actitud que vivimos con nuestras vidas. Es una afirmación de que creemos en los mandamientos de Dios y estamos comprometidos a vivir según Sus enseñanzas. Es una expresión de nuestro amor y respeto hacia los demás, reflejando el amor y la gracia de Dios en nuestras relaciones.
Esta palabra no es algo que deba ser pronunciado sin pensar, sino con una conciencia plena de lo que significa y una determinación de vivirlo en nuestra vida diaria. Es una palabra que refleja nuestra fe en Dios y nuestra obediencia a Su palabra, y se manifiesta en cómo tratamos a los demás.
c. El «Amén» en Nuestras Decisiones
Cada decisión que tomamos es una oportunidad para decir «Amén» a la voluntad de Dios. Cuando buscamos Su guía y seguimos Su dirección, estamos diciendo «Amén» a Su plan para nuestras vidas. No es una palabra vacía, sino una promesa de seguir a Dios en cada paso que damos.
Esta verdad se refleja en Proverbios 3:5-6, donde se nos dice que debemos «confiar en Jehová con todo tu corazón, y no apoyarte en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y Él enderezará tus veredas.» Cuando confiamos en Dios y buscamos Su dirección, estamos diciendo «Amén» a Su sabiduría y Su plan para nuestras vidas.
En Juan 7:17, Jesús nos enseña que «si alguno quiere hacer su voluntad, conocerá si la doctrina es de Dios.» Nuestra disposición para hacer la voluntad de Dios es una afirmación de que creemos en Su enseñanza y estamos comprometidos a seguirlo.
En Romanos 12:2, el apóstol Pablo nos exhorta a «no conformarnos a este siglo, sino transformarnos por medio de la renovación de nuestro entendimiento, para que comprobemos cuál sea la buena voluntad de Dios.» Nuestra transformación y renovación son una expresión de nuestro «Amén» a la voluntad de Dios.
En Santiago 1:5, se nos dice que «si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, quien da a todos abundantemente y sin reproche.» Nuestra búsqueda de la sabiduría de Dios es una afirmación de que confiamos en Él y estamos comprometidos a seguir Su dirección.
Nuestro «Amén» es una palabra poderosa que refleja nuestra fe en Dios y nuestra disposición para seguir Su voluntad. No es una palabra que deba ser pronunciada sin pensar, sino con una conciencia plena de lo que significa y una determinación de vivirlo en nuestra vida diaria.
Es una palabra que refleja nuestra confianza en Dios y nuestra obediencia a Su plan para nuestras vidas. Es una promesa de buscar Su guía y seguir Su dirección en cada decisión que tomamos. Es una afirmación de que estamos viviendo en conformidad con Su voluntad y Sus propósitos. Es un «Amén» viviente a la palabra de Dios, una promesa de seguirlo en cada paso que damos.
II. El Peligro de un «Amén» Vacío
Hermanos y hermanas, hay un peligro en decir «Amén» sin entender o sin corazón. Un «Amén» vacío puede llevarnos por un camino equivocado. Veamos cómo esto puede afectarnos y cómo podemos evitarlo.
a. Decir «Amén» sin Entender
Decir «Amén» sin entender lo que estamos afirmando es como firmar un contrato sin leerlo. Podemos encontrarnos de acuerdo con algo que no es verdadero o bíblicamente sólido. Debemos buscar la verdad en la Palabra de Dios y entender lo que estamos diciendo esta palabra antes de pronunciarlo.
Esta enseñanza se refleja en la Biblia en varios lugares. En Proverbios 14:15, se nos dice que «el simple todo lo cree; mas el avisado mira bien sus pasos.» No debemos decir esta palabra sin entender lo que estamos afirmando, sino que debemos buscar la verdad y ser conscientes de lo que estamos aceptando.
En 1 Tesalonicenses 5:21, el apóstol Pablo nos exhorta a «examinarlo todo; retened lo bueno.» No debemos aceptar ciegamente todo lo que se nos dice, sino que debemos examinarlo a la luz de la Palabra de Dios y retener solo lo que es verdadero y bueno. Nuestro «Amén» debe ser una afirmación de la verdad, y debemos manejar la Palabra de Dios con precisión y entendimiento.
En 1 Juan 4:1, se nos advierte que «no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios.» Debemos ser cuidadosos en lo que decimos «Amén» y probar todo a la luz de la Palabra de Dios.
Nuestro «Amén» no debe ser una palabra vacía o una respuesta automática. Debe ser una afirmación consciente y entendida de la verdad de Dios. Debemos buscar la verdad en la Palabra de Dios y entender lo que estamos afirmando antes de decir esta palabra.
b. «Amén» sin Corazón
Un «Amén» sin corazón es como una promesa sin intención de cumplirla. Dios conoce nuestros corazones y sabe cuándo nuestro «Amén» es sincero. No podemos engañar a Dios con palabras vacías. Nuestro «Amén» debe ser una afirmación sincera de nuestra fe y compromiso con Él.
Esta verdad se refleja en la Biblia en varios lugares. En Mateo 15:8, Jesús cita al profeta Isaías, diciendo: «Este pueblo de labios me honra; mas su corazón está lejos de mí.» No podemos simplemente decir las palabras correctas; nuestro corazón debe estar en ellas.
En 1 Samuel 16:7, el Señor le dice a Samuel: «No mires a su apariencia, ni a lo alto de su estatura, porque lo he desechado; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón.» Dios conoce nuestro corazón y sabe cuándo nuestro «Amén» es sincero y cuándo es vacío.
En Santiago 5:12, se nos exhorta a «Pero sobre todo, hermanos míos, no juréis, ni por el cielo, ni por la tierra, ni por ningún otro juramento; sino que vuestro sí sea sí, y vuestro no sea no, para que no caigáis en condenación.» Nuestro «Amén» debe ser una afirmación sincera y verdadera, no una promesa vacía o sin intención de cumplirla.
Nuestro «Amén» no debe ser una palabra vacía o sin corazón. Debe ser una afirmación sincera de nuestra fe y compromiso con Dios. No podemos engañar a Dios con palabras vacías; Él conoce nuestro corazón y sabe cuándo nuestro «Amén» es sincero. Debemos decir «Amén» con todo nuestro corazón, con una fe genuina y un compromiso verdadero con Dios.
c. Decir «Amén» sin Fe
La fe es la base de nuestro «Amén.» Sin fe, nuestro «Amén» es como una casa construida sobre arena. Debemos tener fe en Dios y en Su Palabra para que nuestro «Amén» tenga significado y poder en nuestras vidas.
Esta idea se refleja en la enseñanza de Jesús en Mateo 7:24-27, donde compara a aquel que oye sus palabras y las pone en práctica con el hombre sabio que construyó su casa sobre la roca. En contraste, el que oye y no hace es comparado con el hombre insensato que construyó su casa sobre la arena. Así como una casa necesita una base sólida, nuestro «Amén» necesita la base sólida de la fe.
En Romanos 10:17, Pablo nos enseña que «la fe viene por el oír, y el oír, por la palabra de Dios.» Nuestro «Amén» debe ser una respuesta a la Palabra de Dios, no a las palabras de los hombres. Debemos buscar la verdad en la Biblia y tener fe en lo que Dios ha dicho.
En Santiago 1:6, se nos exhorta a pedir en fe, «sin dudar.» Nuestro «Amén» debe ser una expresión de fe inquebrantable, no una respuesta dudosa o incierta.
En 2 Corintios 5:7, se nos recuerda que «por fe andamos, no por vista.» Nuestro «Amén» debe ser una afirmación de nuestra fe en Dios, no en lo que podemos ver o entender con nuestra mente humana.
En resumen, la fe es la base de nuestro «Amén.» Sin fe, nuestro «Amén» es vacío y sin poder. Debemos tener fe en Dios y en Su Palabra para que nuestro «Amén» tenga significado y poder en nuestras vidas. Nuestro «Amén» debe ser una afirmación de nuestra fe en las promesas de Dios, una respuesta a Su Palabra, y una expresión de nuestra confianza en Él.
Para concluir
El «Amén» es mucho más que una simple palabra que decimos al final de una oración. Es una afirmación de fe, un compromiso con Dios, y una forma de vida. Pero también debemos ser conscientes del peligro de un «Amén» vacío y sin entendimiento.
Hoy les invito a reflexionar sobre lo que significa realmente el «Amén» en sus vidas. Que no sea solo una respuesta inmediata, sino una palabra llena de significado y poder. Que sea un «Amén» que refleje su fe, su amor, y su compromiso con Dios.
Es mi oración que cada «Amén» sea un paso más cerca de Dios, un paso más en nuestro caminar con Él. Y que cada «Amén» sea un recordatorio de las promesas de Dios, que son «Sí» en Cristo Jesús, como nos enseña 2 Corintios 1:20.
Que Dios les bendiga y les guíe en su camino. ¡Amén!
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