Ni aun en Israel he hallado tanta fe.. Predicas Cristianas
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Ni aun en Israel he hallado tanta fe

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Predicas Cristianas Predica de Hoy: Ni aun en Israel he hallado tanta fe

Introducción

Como todos sabemos, nosotros somos llamados a vivir por fe.  No creo que exista un cristiano en el mundo que no sepa que sin fe es imposible agradar a Dios.  La realidad es que la fe es lo único que nos separa a nosotros del resto del mundo. 

Pero el problema que existe es que con frecuencia, nuestra fe flaquea.  ¿Por qué sucede esto?  La razón principal por la que esto sucede es porque nuestra fe con frecuencia es influenciada por las situaciones, y eventos que suceden en nuestra vida cotidiana. Es por eso que hoy deseo que analicemos nuestra fe. 

Hoy vamos a explorar tres pasos a seguir que nos conducirán a tener una fe genuina, y no una fe influenciada por aquello que nos rodea.

Pasemos ahora a la palabra de Dios.

Mateo 8:5-13Cuando Jesús entró en Capernaúm, vino a él un centurión y le rogó 6 diciendo: —Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, y sufre terribles dolores. 7 Y le dijo: —Yo iré y lo sanaré. 8 Respondió el centurión y dijo: —Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi techo. Solamente di la palabra y mi criado será sanado. 9 Porque yo también soy un hombre bajo autoridad y tengo soldados bajo mi mando. Si digo a este: “Ve”, él va; si digo al otro: “Ven”, él viene; y si digo a mi siervo: “Haz esto”, él lo hace. 10 Cuando Jesús oyó esto, se maravilló y dijo a los que lo seguían: —De cierto les digo que no he hallado tanta fe en ninguno en Israel. 11 Y les digo que muchos vendrán del oriente y del occidente y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos, 12 pero los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera. Allí habrá llanto y crujir de dientes. 13 Entonces Jesús le dijo al centurión: —Ve, y como creíste te sea hecho. Y su criado fue sanado en aquella hora. (RVA 2015).

La fe para un milagro

Lo primero que vemos aquí es que este centurión llego al Señor pidiéndole que hiciera un milagro; él le pidió que sanara a su siervo de una enfermedad mortal.  Pero para poder entender bien el significado de lo que esta aconteciendo aquí, y para poder entender bien el mensaje que Dios tiene para nosotros hoy, tenemos que examinar quien era este hombre.

Sin duda alguna, este hombre era un enemigo del pueblo judío.  Este hombre formaba parte del ejército que ocupaba la nación de Israel, y no era un simple soldado.  El titulo de centurión en el ejército romano significaba que él era un soldado profesional.  Los centuriones eran la fortaleza del imperio romano, y su responsabilidad era mantener el orden, e imponer la ley [1].

Los centuriones tenían a su cargo cien soldados, y cuando él daba una orden, él lo hacia con la autoridad suprema de ese entonces. El centurión lo hacía con la autoridad del emperador.  En otras palabras, las órdenes de un centurión eran cumplidas sin cuestionar, ya que desafiar una orden significaba que se estaba desafiando al emperador, algo que era castigado con la pena de muerte.

Así que sin duda alguna podemos decir que este era un hombre que ejercía gran autoridad, y conocía muy bien el significado de ella.  Aunque no existen detalles acerca de este hombre, lo más seguro es que él no tenía mucho conocimiento de la palabra de Dios.

En otras palabras, él carecía el conocimiento de las revelaciones acerca de Jesús en el Antiguo Testamento.  Pero aunque este hombre carecía este conocimiento, él uso su conocimiento militar, y uso su conocimiento acerca de la autoridad para fortalecer su fe en un momento de gran dificultad.  Así que manteniendo estos breves detalles en mente, continuemos ahora con nuestro estudio de hoy.

Como les dije, nuestra fe puede ser influenciada por las situaciones y circunstancias que enfrentamos a diario.  Una gran realidad es que cuando las cosas nos van bien, o mejor dicho, cuando las cosas proceden de la manera que nosotros pensamos que deben proceder, es muy fácil decir que confiamos en Dios

Pero cuando llega el momento de la prueba, cuando llegan las dificultades, cuando llega el sufrimiento, en numerosas ocasiones nuestra fe nos falla, y el pensamiento de que Dios se ha olvidado de nosotros comienza a invadir nuestra mente.  Pero, ¿qué podemos hacer para evitar que esto suceda?

Para evitar que esto suceda tenemos que desarrollar una fe genuina.  Desarrollar una fe que no puede ser influenciada por las circunstancias.  ¿Cómo podemos lograr esto?  Lo logramos siguiendo el ejemplo del centurión. 

Examinemos ahora tres pasos a seguir para desarrollar este tipo de fe.

Número uno.  Una fe genuina es desarrollada cuando confiamos completamente en la bondad del Señor.  En estos versículos que estamos estudiando esta noche encontramos que se nos dice: “…Cuando Jesús entró en Capernaúm, vino a él un centurión y le rogó 6 diciendo: —Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, y sufre terribles dolores. 7 Y le dijo: —Yo iré y lo sanaré...”  (verss. 5-7).

Recordemos que el centurión no formaba parte del pueblo de Dios; era un gentil. Pero peor que eso, él era un oficial en el ejército romano que ocupaba esta tierra. Pero a pesar de todo esto, el centurión confiaba completamente en que Jesús era la única persona que lo podría ayudar. Dile a la persona que tienes a tu lado: el centurión tenía fe.

La fe en que el Señor era el único que le podía ayudar

Fue la que permitió que este hombre pudiera atravesar la división cultural que existía.  La fe en que el Señor era el único que le podía ayudar, fue la que permitió que este hombre pudiera deshacerse de la división espiritual.  La fe en que el Señor era el único que le podía ayudar, fue la que permitió que este hombre pudiera deshacerse de su orgullo, y se acercara a Jesús.

El centurión se acercó al único que le podía ayudar, completamente confiado en Su grandeza y en Su bondad.  Debido a su posición en el ejército, este hombre seguramente había recibido reportes acerca de Jesús,  y podemos asumir con confianza que estos reportes fueron los que influenciaron su fe. 

Así que el primer paso para desarrollar una fe genuina es deshacernos de nuestro orgullo, deshacernos de las divisiones que existen en este mundo creadas por el hombre, y al igual que el centurión confiar en la palabra y bondad de Dios.  Dile a la persona que tienes a tu lado: confía en el testimonio de Jesús.

Una fe genuina es desarrollada cuando nos acercamos a Dios humildemente

Número dos.  Una fe genuina es desarrollada cuando nos acercamos a Dios humildemente, y no demandando.  Fíjense bien en lo que dijo el centurión: “…—Señor, yo no soy digno de que entres bajo mi techo. Solamente di la palabra y mi criado será sanado….” (vers. 8).  Aquí no encontramos que el centurión estaba demandando que Jesús sanara a su ciervo, aquí no estamos viendo que el centurión trato de usar su autoridad para intimidar a Jesús.  Aquí estamos viendo que el centurión se humillo ante la presencia de Jesús.

Hermanos esto es algo que con frecuencia no hacemos, sino que llegamos ante la presencia de Dios demandando.  Cuando le oramos al Padre tenemos que tener mucho cuidado de no postrarnos ante su presencia pidiendo cosas que no necesitamos, pero que pensamos que las merecemos.  ¿Por qué digo esto?  Lo digo porque la realidad del ser humano es que somos inconformes.

Si tenemos dinero, queremos tener más; si tenemos una casa, la queremos más grande; si tenemos un automóvil, queremos uno del año. En otras palabras, con frecuencia nos parece que lo que tenemos no es lo suficiente, y que somos merecedores de mucho más.  ¿Es verdad, o no?  Pero, cuando nos acercamos a Dios con este tipo de actitud, cuando nos acercamos a Dios demandando, entonces caemos en pecado.  Caemos en el pecado de codicia.  ¿Por qué?

Porque no nos acercamos a Dios humillados, sino que nos acercamos a Dios pidiéndole satisfacer nuestro apetito por las cosas de este mundo, y no buscando Su voluntad en nuestra vida.  Es por eso que digo que tenemos que tener mucho cuidado de no postrarnos ante Su presencia pidiendo cosas que no necesitamos, pero que pensamos que las merecemos.  Recordemos que Dios sabe exactamente lo que cada uno de nosotros necesita y merece [2].   Dile a la persona que tienes a tu lado: no quieras recibir lo que te mereces.

El centurión reconoció y confeso que él no era merecedor de la bondad de Dios, y se acercó a Jesús humildemente. Reconozcamos hoy que ninguno de nosotros somos merecedores de Su bondad [3].  Así que el segundo paso para desarrollar una fe genuina, es reconocer que no somos merecedores de Su bondad, y acércanos a Dios humillados.

Una fe genuina es desarrollada cuando entendemos el fluir de la autoridad

Número tres.  Una fe genuina es desarrollada cuando entendemos el fluir de la autoridad.  Desde el inicio vengo hablando acerca de la autoridad; les dije que este hombre ejercía gran autoridad. El centurión estaba a cargo de cien soldados, y sus órdenes eran cumplidas sin cuestionar.  Fíjense bien en lo que dijo el centurión: “…Porque yo también soy un hombre bajo autoridad y tengo soldados bajo mi mando. Si digo a este: “Ve”, él va; si digo al otro: “Ven”, él viene; y si digo a mi siervo: “Haz esto”, él lo hace…” (vers. 9).

Esto de la autoridad es algo que muchos creyentes no logran entender, y es por eso que vemos como muchos caen nuevamente en la esclavitud a las cosas de este mundo.  ¿Por qué sucede esto?  Esto sucede porque muchos no han absolutamente confiado en que Jesús es la autoridad suprema [4]. Dile a la persona que tienes a tu lado: no existe y nunca existirá nadie superior  nuestro Señor [5].

Ahora, deseo detenerme por un breve momento y hacer una aclaración acerca de la autoridad.  Existen dos tipos de autoridad.  Existe la autoridad suprema, quién es Cristo Jesús, y existe la autoridad delegada que es la autoridad que fue entregada a toda persona que confía en Dios.

Esto es algo que queda bien ilustrado en Juan 14:12 donde leemos: “…De cierto, de cierto les digo que el que cree en mí, él también hará las obras que yo hago. Y mayores que estas hará, porque yo voy al Padre…”  (RVA-2015). Y también en Lucas 10:19 donde el Señor nos dice: “…He aquí, les doy autoridad de pisar serpientes, escorpiones y sobre todo el poder del enemigo; y nada les dañará.…” (RVA-2015). El problema que existe es que con frecuencia nosotros no usamos la autoridad que Dios nos ha delegado.

Con frecuencia dejamos de ejercer el poder de Dios en nuestra vida. 

¿Por qué sucede esto?  Esto sucede porque llegamos a pensar que no podemos derrotar las obras del enemigo en nuestra vida.  Pero este tipo de pensamiento es completamente falso, y con frecuencia conduce a muchos a endiosar a los hombres.

Digo esto porque no es fuera de lo común ver como personas ponen su fe en las oraciones de cierta persona, y no en su propia oración.  Ahora bien, no quiero que vayan a malinterpretar lo que les estoy diciendo.  Yo NO estoy diciendo que no oremos los unos por los otros. NO estoy diciendo que dejemos de pasar al frente durante el llamado.  Lo que estoy diciendo es que nuestra fe no puede estar basada en el hombre, porque el hombre no puede hacer nada.

Lo que les estoy diciendo es que cuando entendemos el fluir de la autoridad, entonces entenderemos que nuestra oración es escuchada por Dios al igual que las de otros.  Fíjense bien en lo que encontramos en Santiago 5:16 para que entiendan bien lo que les digo: “…Por tanto, confiésense unos a otros sus pecados, y oren unos por otros de manera que sean sanados. La ferviente oración del justo, obrando eficazmente, puede mucho…” (RVA-2015). Dile a la persona que tienes a tu lado: “…La oración eficaz del justo puede mucho…”  (RVR1960).

Cuando entendemos el fluir de la autoridad que Jesús nos ha delegado, entonces sabemos que podemos derribar la obra del enemigo en nuestra vida.  Así que el tercer paso para desarrollar una fe genuina es que tenemos que entender el fluir de la autoridad de Dios en nuestra vida.  Pero para poder entender el fluir de la autoridad en nuestra vida, primero tenemos que estar bajo Su autoridad.  En otras palabras, tenemos que someternos a Él.

Para concluir.   

En estos versículos que estamos estudiando en el día de hoy encontramos que se nos dice: “…Cuando Jesús oyó esto, se maravilló y dijo a los que lo seguían: —De cierto les digo que no he hallado tanta fe en ninguno en Israel. 11 Y les digo que muchos vendrán del oriente y del occidente y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos, 12 pero los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera. Allí habrá llanto y crujir de dientes. 13 Entonces Jesús le dijo al centurión: —Ve, y como creíste te sea hecho. Y su criado fue sanado en aquella hora….” (verss. 10-13)

Imaginémonos esto, ¡Jesús se maravillo!  ¿Por qué se maravillo Jesús?  Él se maravillo porque la fe de este hombre derrumbo las divisiones culturales que existían.  Jesús se maravillo porque la fe de este hombre derrumbo las divisiones espirituales que existían.  Jesús se maravillo porque este hombre demostró una fe genuina.

Este hombre confió en la bondad de Dios.  Este hombre se acerco a Dios humildemente reconociendo y confesando que no era merecedor.  Este hombre reconoció la autoridad de Jesucristo en este mundo.  Este hombre siendo enemigo del pueblo judío, hizo lo que ese pueblo no pudo, él desarrollo una fe genuina.

Como les dije al inicio, todos sabemos que estamos llamados a vivir por fe, todos sabemos que sin fe no podemos agradar a Dios [6]. Así que no permitamos que las circunstancias de este mundo influencien nuestra fe.  Recordemos que Dios desea que tengamos una fe absoluta en Él.

Dios desea que tengamos una fe que conquiste toda situación y oposición.  Aprendamos del centurión; acerquémonos a Dios confiados en Su bondad, de humilde corazón, ejerciendo la autoridad que Él nos ha dado.  Recordemos que la fe genuina será grandemente recompensada por Dios.  Esto es algo que queda bien reflejado aquí cuando leemos: “…Y su criado fue sanado en aquella hora...”

¿Tienes un problema o situación que deseas vencer en tu vida?  ¡Desarrolla y ejercita tu fe!

[1] Enciclopedia Británica
[2] Mateo 6:8
[3] Romanos 3:23
[4] Mateo 28:18
[5] Filipenses 2:9-11
[6] Hebreos 11:6

© José R. Hernández. Todos los derechos reservados.

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