Padre nuestro
Si se acuerdan, la semana pasada les dije que el arma más poderosa que existe en el universo, y la única arma que los cristianos podemos usar contra nuestro enemigo, es la oración. Y es exactamente por eso, que hoy deseo que estudiemos más acerca de la oración.
Deseo que estudiemos este tema más de cerca, porque la realidad es que un cristiano que no ora, es un cristiano inefectivo.
Un cristiano que no ora, es una persona que puede ser, y en muchas ocasiones es derrotado fácilmente por los poderes de las tinieblas. ¿Por qué existen tantos que no oran?
Una de las razones por la que existen tantos que no oran, es porque dicen que no saben orar. Esta excusa es algo comúnmente escuchada en reuniones en las iglesias, grupos de células, y/o estudios bíblicos, cuando el pastor o la persona dirigiendo el grupo, le pide a uno de los miembros que les lleve en oración antes de iniciar. ¿Qué sucede entonces?
Lo que sucede en la mayoría de los casos, es que la persona seleccionada para la oración de apertura, rechaza la bendición que Dios le ha enviado, y entonces escuchamos: no, yo no; yo no sé orar. Y esta es la excusa más débil que una persona puede usar para no orar; la razón por la que digo esto es porque la oración nunca debe ser para impresionar a los que nos rodean o acompañan, sino que debe y tiene que ser una expresión de nuestro corazón a los oídos de Dios.
Recordemos siempre que por mucho talento que tengamos, y por muy maestros que seamos del idioma que hablemos, no existen palabras que puedan impresionar a Dios.
No obstante esto, para aquellos que continúan convenciéndose de que no saben orar, hoy vamos a examinar como tienen que ser nuestras oraciones, analizando el patrón que el Señor nos ha dejado. Hoy vamos a examinar siete pasos que conducen nuestras oraciones a ser eficaces y agradables a Dios.
Mateo 6:9-13 – Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. 10 Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. 11 El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. 12 Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. 13 Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén.
Aquí vemos que el Señor nos dice: “…Vosotros, pues, oraréis así…” ¿Por qué tenemos que notar esto? Tenemos que prestar atención de cerca a estas palabras, porque aquí el Señor NO nos dice que nuestras oraciones al Padre deben, o tienen, que consistir en una repetición de palabras.
Es más, cuando los discípulos le pidieron que les enseñaran a orar, Él fue bien explicito cuando les dijo: “…Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos…” (Mateo 6:7). ¿Por qué les dijo esto? El Señor les dijo esto, porque una repetición de palabras no es algo que origina del corazón, sino que es algo memorizado.
Para que nuestras oraciones sean eficaces, las tales no pueden ser un palabrerío memorizado, y/o composiciones de frases elocuentes que nos hacen sobresaltar en el grupo.
Para que nuestras oraciones sean eficaces, tienen que ser palabras que le comuniquen a Dios nuestro amor, reverencia, y dependencia de Él.
Para que nuestras oraciones sean eficaces, tenemos que orar con sinceridad y humildad.
Dios no desea escuchar palabras que no nacen en nuestro corazón, Dios no nos quiere orando con palabras que no son nuestras, Dios desea que le expresemos nuestro amor con sinceridad. Meditemos en esto por un breve momento. ¿Cómo les hablamos nosotros a nuestros padres? ¿Les hablamos en prosas o poemas? ¿Les hablamos usando un tesauro, escogiendo palabras complicadas? Claro que no, nosotros les hablamos naturalmente y con respeto, y esto es exactamente lo que el Señor nos dice que hagamos.
Así que el primer paso para que nuestra oración sea eficaz y agrade a Dios, es orar con sinceridad y humildad, y no una repetición de palabras memorizadas. Dile a la persona que tienes tu lado: ora de corazón.
Continuando con nuestro estudio bíblico, encontramos el segundo paso de una oración eficaz y que agrada a Dios. Aquí vemos que el Señor nos dice: “…Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre…” Y ahora deseo que prestemos atención especial a la palabra “Padre”.
Deseo que prestemos atención especial a esta palabra, porque existe un gran número de cristianos que repiten esta palabra, pero que en realidad no ha recibido la convicción del significado tan grande que tiene. En Juan 1:12-13 la palabra de Dios nos dice: “…Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; 13 los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios….” Esto significa que una parte imprescindible de nuestra oración, es estar absolutamente convencidos, de que nos estamos dirigiendo a nuestro “Padre” celestial.
Y cuando levantamos nuestro clamor a Él, tenemos que estar absolutamente convencidos, de que nos estamos dirigiendo al creador de todo lo que existe, el Todopoderoso. Al acercarnos a Dios de esta manera, reconociéndole por quien Él es, automáticamente santificamos Su nombre.
La razón por la que digo esto es porque cuando buscamos la definición de la palabra “santificado”, encontramos que es una traducción de la palabra griega: “hagiazo” [1] (pronunciada: jagui-ád-zo), y parte de la definición es: “rendir o reconocer”. Esto significa que cuando le reconocemos como nuestro Padre, en esencia estamos santificando Su nombre. Dile a la persona que tienes a tu lado: somos hijos de Dios.
El tercer paso de una oración eficaz y que agrada a Dios es encontrado aquí cuando leemos: “…Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra…” Esta pequeña porción de la escritura nos revela el error más común en nuestras oraciones. La razón por la que digo esto es porque aquí vemos que el Señor dice: “…Hágase tu voluntad…”, pero esto es algo raramente encontrado en las oraciones de muchos creyentes.
La realidad es que la mayoría de nuestras oraciones consisten de demandas y/o peticiones para satisfacer nuestros deseos o voluntad, y esto es algo que siempre debemos evitar, ya que Dios no escucha estas oraciones [2].
Tenemos que evitar llegar ante la presencia de Dios demandando lo que pensamos que merecemos, ya que al hacer esto nuestras oraciones se convierten en súplicas codiciosas.
Ahora me detengo por un breve instante para hacer una aclaración. Yo no estoy diciendo ni implicando que existe algo mal en suplicarle a Dios que derrame una bendición especifica en nuestra vida. Pero lo que si les estoy diciendo es que lo que vaya en contra de lo que Dios nos revela en Su palabra, nunca puede ser el objeto de nuestra oración.
La realidad es que pedir algo en contra de lo que Dios nos revela en Su palabra es completamente inútil, ya que Dios no se contradice ni hace excepción de personas. Así que si nos acercamos a Él pidiendo que satisfaga nuestros placeres, nuestras oraciones no serán escuchadas, ya que los placeres carnales no toman en cuenta al prójimo ni a Dios.