Andando, y saltando, y alabando a Dios
Algo que le sucede a muchos cristianos, sino a todos, es que en ocasiones llegamos a sentirnos como que no tenemos nada que ofrecer a las personas que se encuentran pasando por momentos difíciles. Estamos hablando de situaciones o dificultades que se presentan en la vida de todo ser humano, que en ocasiones les deja emocionalmente drenado, y en muchas ocasiones completamente deshabilitados.
Desdichadamente a través de la vida, siempre existirán situaciones que trataran de desviarnos de los caminos de Dios, olvidar Su palabra, y hacernos pensar que no existe solución alguna a las situaciones difíciles.
Demás esta decir que cuando se llega a este punto, dejamos de vivir dentro del Reino de Dios, y comenzamos a vivir a la merced del mundo. En otras palabras, le permitimos al enemigo que nos convenza de que no tenemos nada que ofrecer a aquellos que sufren, o que hoy se encuentran atravesando por situaciones que les roba la paz, turba sus pensamientos, y que han perdido de vista, o quizás aún no conocen la paz que Cristo le entrega a todos los que le siguen [1].
Pero ahora debemos examinarnos y preguntarnos, ¿Cómo cristianos, tenemos nosotros algo que ofrecer a los que hoy sufren? ¿Cómo cristianos, tenemos nosotros algo que ofrecer a los que hoy viven a la merced del mundo? A pesar de que el enemigo ha tratado, o quizás ha convencido a muchos cristianos de que no tienen nada que ofrecer, la palabra de Dios no dice claramente lo opuesto; así que este será el tema principal de la predicación de hoy.
Hechos 3:1-8 – Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la de la oración. 2 Y era traído un hombre cojo de nacimiento, a quien ponían cada día a la puerta del templo que se llama la Hermosa, para que pidiese limosna de los que entraban en el templo. 3 Este, cuando vio a Pedro y a Juan que iban a entrar en el templo, les rogaba que le diesen limosna. 4 Pedro, con Juan, fijando en él los ojos, le dijo: Míranos. 5 Entonces él les estuvo atento, esperando recibir de ellos algo. 6 Mas Pedro dijo: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda. 7 Y tomándole por la mano derecha le levantó; y al momento se le afirmaron los pies y tobillos; 8 y saltando, se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y alabando a Dios.
Lo primero que encontramos aquí es que se nos dice: “…Pedro y Juan subían juntos al templo a la hora novena, la de la oración…» ¿Por qué les llamo la atención a este detalle? La razón por la que les llamo la atención a este detalle, es porque el pueblo judío de ese entonces, al igual que muchos hoy, acostumbraba a orar tres veces al día. Según las enseñanzas judías, la costumbre de orar tres veces al día fue originalmente introducida por los patriarcas, Abraham, Isaac y Jacob. Abraham introdujo la oración de la mañana, Isaac la oración de por la tarde, y Jacob añadió la de por la noche [2].
Así que el pueblo judío acostumbraba asistir al templo tres veces al día para orar, al amanecer, al medio día, y a la puesta del sol. A pesar de que esta es una bella tradición, esta tradición es algo imposible seguir en la actualidad. La realidad es que el paso apresurado que el mundo moderno exige, hace imposible que las personas puedan reunirse según la tradición.
Pero, ¿acaso quiere esto decir que no podemos orar varias veces al día [3]? Aunque no sigamos la tradición de reunirnos en un lugar para orar, ¿quiere esto decir que no tenemos el tiempo de orar por lo menos tres veces al día? Solo preguntas para reflexionar.
Entonces aquí tenemos a Pedro y Juan quienes asistieron al templo como acostumbran, y la palabra aquí nos indica que ellos iban a entrar por la puerta llamada la “Hermosa”. La razón por la que esta entrada se llamaba la “hermosa” es porque el bronce de la que se hicieron tenía un tono dorado especial, y brillaba como el oro. Esta era la puerta al este del Templo, y era la puerta más utilizada por el pueblo. ¿Cómo he llegado a la conclusión que era la puerta más usada por el pueblo?
Podemos fácilmente concluir que era la entrada más usada con solo prestar atención aquí cuando leemos: “…Y era traído un hombre cojo de nacimiento, a quien ponían cada día a la puerta del templo que se llama la Hermosa, para que pidiese limosna de los que entraban en el templo…» Este pequeño detalle aquí nos permite concluir que esta era la puerta más usada para entrar al templo. ¿Por qué digo esto?
La razón por la que digo esto es porque si nosotros tuviésemos la necesidad de pedir limosnas, ninguno de nosotros lo haríamos en un lugar remoto o con poco tráfico. Su tuviésemos que pedir limosnas, todos nos pararíamos en lugares bien transitados. Y aquí se nos dice claramente que este hombre era puesto frente a esta entrada del Templo diariamente, lo que nos indica que no era solamente un lugar bien transitado, sino que también era un lugar lucrativo. Y aquí es donde se comienza a poner interesante la cosa. ¿Qué sucedió?
Al ver a Pedro y a Juan, este hombre les pidió una limosna como acostumbrara a hacer. En otras palabras, este hombre les pidió una ayuda inmediata. Afortunadamente, ninguno de los dos tenía dinero para ofrecerle. Y quizás algunos digan, ¿cómo puede ser afortunado no tener dinero?, pero ya verán porque digo que fue afortunadamente que ellos no tenían dinero.
Pero bueno, para Pedro y Juan, al igual que para cualquiera de nosotros aquí, les hubiese sido muy fácil ignorar la petición de este limosnero y seguir su camino, pero no sucedió así. Y la razón por la que ellos no ignoraron a este hombre, quien vivía a la merced del mundo, es porque ellos tenían a Cristo en su corazón, y se recordaban de sus enseñanzas [4]. Y porque tenían el amor de Cristo en su corazón, estos hombres sabían que tenían algo mucho superior al dinero que ofrecerle a este hombre.
Detengámonos aquí por un breve instante para poner todo esto en perspectiva. Analicemos la palabra «cojo.» La palabra cojo es una traducción de la palabra griega χωλός, (pronunciada: joó-lás), y se define como: “cojo, privados de un pie, mutilado” [5].
Ahora bien, a pesar de que el uso principal de esta palabra es para describir una condición física, esta palabra también puede ser utilizada para describir la condición espiritual o el ánimo de una persona. Y la realidad de todo es que cuando tomamos el tiempo de mirar a nuestro alrededor, no nos será difícil discernir que estamos rodeados de cojos pidiendo limosnas en nuestra puerta.
Cuando nos fijamos en nuestro alrededor, pronto descubriremos que existen numerosas personas que están desesperadamente pidiendo ayuda inmediata; personas que se encuentran en medio de circunstancias que les debilitan y/o incapacitan, y lo más malo de todo es que no ven como salir de ellas. Ahora debemos preguntarnos, ¿cómo cristianos, qué hacemos al encontrarnos con estas personas?
Lo que sucede con frecuencia es que estamos tan atareados con nuestros propios problemas y/o dificultades, que completamente ignoramos las necesidades de otros. Lo que sucede con frecuencia es que le prestamos atención a la voz del enemigo, quien susurra a nuestro oído cosas como: tu tienes suficiente con tus problemas, no te eches encima los problemas de ese; tu no puedes solucionar eso, así que no tienes nada que ofrecer, etc. Y la realidad de todo es que nosotros quizás no tengamos una solución que ofrecerle a una persona, pero si conocemos muy bien quien puede solucionar todo, y su nombre es Jesús [6].
Pero desdichadamente, no todo cristiano se siente cómodo hablándoles a otros de Dios, y lo más común que hacen es inventar excusas y pretextos para no hacerlo. Es decir, al ver a los cojos y deshabilitados pidiendo limosnas que les rodean, les ignoran y siguen su camino sin mirar atrás. Pero debemos entender que las excusas y pretextos que inventamos no son nada más que pensamientos inspirados por Satanás.
La razón por la que digo esto es porque para hablarle a una persona de Dios no hace falta ser un erudito de la palabra, o de tener un título universitario [7]; no obstante esto, Satanás tiene a muchos convencidos de que no saben lo suficiente, o que no saben nada, y de esta manera los detiene de hablarle a otros de Dios. ¿Qué es lo que necesitamos para hablarles a otros de Dios? Lo que necesitamos es un corazón entregado a Dios.
¿Tenemos nosotros algo que ofrecerle a los que hoy sufren? Claro que si, y lo que tenemos que ofrecer es mucho más valioso que el oro y la plata. Como cristianos, lo que nosotros tenemos que ofrecer es paz, consuelo, amor, y el alivio que solo Dios puede proveer.